Bodas de Plata de la Coronación Canónica de Nuestra Señora de El Buen Suceso

Una Víctima Expiatoria por nuestros pecados






 La Sierva de Dios Madre Mariana de Jesús Torres,

Hija Predilecta de María Santísima de El Buen Suceso




“Estrella del mar proceloso de mi vida mortal, alumbrádme con Vuestra luz para no errar el camino que al Cielo me conduce"

(Jaculatoria que la Madre Mariana de Jesús Torres rezaba constantemente a Nuestra Señora de El Buen Suceso) 


La Venerable Madre Mariana de Jesús Torres y Berriochoa, fue una de las Fundadoras Españolas del Convento de la Inmaculada Concepción de la ciudad de Quito. En dicho bendito lugar - en el que vivió entre los siglos XV y XVI -, se convirtió en una gran mística que abrazó el estado de perfección conforme las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo.




Sierva de Dios Madre Mariana de Jesús Torres y Berriochoa

Nacida en España, en la Provincia de Vizcaya, en el año de de 1563, su vida fue una constante sucesión de revelaciones divinas, intervenciones y milagros. Dios Nuestro Señor no le ahorró nada, que no sea para contribuir a su purificación y perfección, pues estaba destinada a una vocación extraordinaria cuál ser víctima expiatoria por los pecados del mundo, y del Ecuador especialmente.

Un alma predestinada

Honrada con una belleza angelical, sus padres, Diego Torres y Dona María Berriochoa, ilustres de estirpe y católicos fervorosos, la bautizaron con el nombre de Mariana Francisca, y desde muy pequeña se veía arrebatada por Nuestro Señor Jesucristo oculto en el Tabernáculo. Al recibir a los nueve años su Primera Comunión, tan grande fue su alegría, que cayó profundamente desmayada. Fue entonces que vio a Nuestro Señor colocando un hermoso anillo en su dedo, reclamándola para Sí. La niña aceptó gustosa, ante las miradas de la Santísima Virgen y San José, quienes complacidos, presenciaban aquél celestial compromiso.

En esa misma visión, la Madre de Dios le hizo conocer, que estaba destinada a pertenecer a la Orden de la Inmaculada Concepción. Para ello, le pidió abandonar la casa paterna para abrazar su cruz en una tierra remota. Dicha Orden Religiosa, había sido fundada en el año de 1490 por otra alma privilegiada, Santa Beatriz de Silva, de origen portugués y de noble linaje.

La Orden de la Inmaculada Concepción

El gran amor de Santa Beatriz era la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios. Después de muchos sufrimientos y dificultades, pudo fundar esta Orden que tenía como fin principal el honrar este privilegio exaltado de María Santísima, siglos antes de que fuera declarado un dogma de fe.

La nueva Orden adoptó la regla franciscana y tomó a San Francisco de Asís como su Padre y Guía. Las religiosas, a propia indicación de Nuestra Señora, debían vestir, un manto azul, y un vestido blanco, esto es, los colores de la Inmaculada Concepción. Además, un velo en color negro.

Una petición de la entonces colonia española




Felipe II

Algunas Señoras influyentes y piadosas en la colonia española de entonces (hoy Ecuador), tuvieron conocimiento de la Congregación recientemente establecida en Europa así como de la dedicación del mismo. Por esto, deseaban que se estableciera también en Quito, y para esto, enviaron su petición al rey Felipe II de España quien autorizó en 1556 la fundación del Convento, y para dirigirlo, nombró a una monja de gran virtud, la Madre María de Jesús Taboada. Se dice, que esta virtuosa mujer, era prima del propio Rey. Además, era Ella, tía de la entonces niña Mariana de Torres; debía ser acompañada por otras seis monjas, todas ellas damas de gran mérito y sólida virtud.




Rvda. Madre María de Jesús Taboada


Eran las Madres Francisca de los Ángeles, Ana de la Concepción, Lucia de la Cruz, Magdalena de San Juan, Catalina de la Concepción, y de María de la Encarnación.

La Fundación

Llegando a Quito el 30 de diciembre de 1576, las fundadoras fueron recibidas con gran alegría y hospedadas en algunos sitios del convento, que aun se hallaba bajo construcción.




Convento de la Inmaculada Concepción de Quito


Así, El 13 de enero de 1577, situado en la esquina colindante con la Plaza de Armas - hoy, Plaza de la Independencia -, se funda el Real Monasterio de la Limpia e Inmaculada Concepción de Quito, primer convento de monjas de clausura en el Ecuador y primero de las Conceptas en América Latina, profesando sus votos las siete fundadoras en las manos de un Fraile Franciscano. Eran las primeras esposas de Nuestro Señor Jesucristo en tierras ecuatorianas. Mariana de Jesús Torres no participó de la ceremonia pues apenas contaba con trece años.

La Virgen de la Paz

Ocho días después de la fundación, el 21 de Enero de1577, encontrándose dichas primeras religiosas rezando en una capilla provisional, adaptada como Coro, vieron entrar tres luces por las ventanas, de las cuales, una bañaba a la Virgen de la Paz, Imagen de mediana estatura, con el Niño Jesús en sus brazos, traída desde España para ser la Patrona de la fundación, y a la cual, las religiosas la llamaban la Patronita.




Nuestra Señora de La Paz


La otra luz iluminaba el retablo del Altar, y la tercera iluminaba la ventana con gran resplandor.

Así mismo vieron entrar una estrella que se colocó sobre la cabeza de la Imagen. Otra estrella iluminaba el Crucifijo que precedía el Altar.

Entonces la Imagen empezó a moverse y las fundadoras luego de contemplar a San Francisco, Patrono de la Orden Concepcionista, oyeron cantos sonoros y gozaron de suaves olores. A partir de las siete de la noche, tras los repiques de campanas, los habitantes acudían al Convento para presenciar el portentoso hecho, entre ellos, el Presidente de la Real Audiencia, don García de Valverde. Se daba así, el primer hecho milagroso en el Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito.

Poco después, varias jóvenes de Quito eran admitidas en el Convento de la Inmaculada Concepción y la vida de claustro, alcanzaba su pleno florecimiento.

Los Votos

A los quince años, la joven Mariana se incorporó al noviciado, consagrándose plenamente el 21 de Septiembre de 1579, a los dieciséis años de edad, cambiando su nombre Mariana Francisca por el de Mariana de Jesús. Mientras pronunciaba sus votos ante su tía, Madre María de Jesús Taboada, primera Abadesa del Convento, Mariana de Jesús entró en un éxtasis sublime durante el cual Nuestro Señor Jesucristo le mostraba la cruz que debía cargar en medio de todos los sufrimientos, persecuciones, enfermedades y tentaciones enormes que ella experimentaría para su propio bien y para el nuestro. La preservó solamente de tentaciones contra la pureza. Nunca tendría un solo pensamiento o inclinación contra esta virtud angelical.

La Madre Mariana con el Arcángel


Todo esto irritaba a Satanás, que furioso corría tras ella, buscando causarle daño físicamente, pues le era imposible dañar su alma. La hacía rodar las gradas con crueldad, se enredaba en sus pies y la hacía caer aun durante los actos de la Comunidad. Cuando servía la comida, buscaba hacerla caer con los platos y regar los alimentos. Cuando leía le borraba las letras.

A pesar de las embestidas del demonio, ella, valiente y siempre serena, conservaba aquella santa imperturbabilidad, propia de las almas sólidamente piadosas.

Vida de Penitencia

Luego de tomar sus Hábitos, Nuestro Señor otra vez le apareció, revelándole las horas y las penitencias que debía realizar durante la semana. Castigos tan severos que la Madre María Taboada temió por la salud de su sobrina. Sin embargo, Nuestro Señor había colocado en los labios de la penitente, una gota del agua cristalina de su propio Costado, fortificándola tan maravillosamente para todo lo que había pedido de ella.

Sus suplicios sólo pueden ser entendidos enteramente cuando consideremos que estaba llamada a ser una víctima por los pecados de nuestros días. Así por ejemplo, ella envolvía a excepción de sus manos y pies, completamente su inocente cuerpo en alambres con puntas de hierro, llevando así una vida penitencial y piadosa, cada vez más grande en la virtud.

Un día, en el año 1582, la Madre Mariana rezaba ante el Santísimo Sacramento en el Coro Alto del Convento, cuando escuchó un estruendo aterrorizante y vio la iglesia envuelta en una densa oscuridad. Solamente el altar principal seguía iluminado, como si fuera plena luz del día.

Súbitamente, se abrió la puerta del tabernáculo, y apareció Nuestro Señor Crucificado, clavado en una cruz de tamaño natural. La Santísima Virgen, San Juan Evangelista y Santa María Magdalena permanecían juntos, como en el Calvario, mientras Nuestro Señor agonizante decía:

“Este castigo es para el siglo XX.”

Luego vio tres espadas que pendían sobre la cabeza de Nuestro Señor, cada una con una inscripción. En la primera decía: “castigaré la herejía”; en la segunda, “castigaré la blasfemia”; y en la tercera, “castigaré la impureza”.

Entonces la Santísima Virgen se dirigió a la religiosa: “Hija mía, deseáis sacrificarte por los pecadores?”

La santa religiosa aceptó. Enseguida las tres espadas, fulminándola violentamente, perforaban y se hundían en su corazón, para la salvación de muchas almas, quedando sin vida a los Pies del Dios Sacramentado.

Al día siguiente, La joven religiosa, siempre primera en todos los actos de la comunidad, no compareció, por lo que la abadesa y las otras monjas fueron en su búsqueda, encontrando su cuerpo en el Coro Bajo y con enorme tristeza lo llevaron a su celda, colocándolo sobre su cama.

El doctor, de nombre Sancho, y los Frailes Franciscanos - bajo cuya tutela se hallaba el Convento de las Conceptas -, fueron llamados de inmediato. Don Sancho confirmó la muerte de la santa monja recomendando un entierro apropiado.

Afuera, los habitantes de Quito y alrededores, clamaban en las puertas del convento por ver el cuerpo de su querida benefactora, pues la Madre Mariana se había hecho muy conocida al haber ayudado a muchos con sus consejos, su penitencia, sus oraciones e incluso con sus milagros.


La Madre Mariana cargando la Santa Cruz

Su retorno a la tierra...

La Madre Mariana apareció ante el Divino Juez, Quien no encontrando ninguna falta en ella, le dijo:

“Venid amada de mi Padre, y recibid la corona que hemos preparado para ti desde el inicio de los tiempos”.

Se hallaba ella por consiguiente con una felicidad indescriptible, en la Corte Celestial ante la Santísima Trinidad y la Santísima Virgen.

Mientras tanto, en la tierra, las oraciones de la Madre María Taboada y de todas las religiosas, así como de los Padres Franciscanos y de los quiteños en general, se elevaron al trono del Altísimo. Las Madres del Convento, no podían concebir el vivir sin quien era el pararrayos verdadero de la Justicia de Dios para su comunidad. Suspiraban y lloraban, pidiendo a Dios para tenerla de vuelta.

Queriendo escuchar las súplicas de sus hijos en la tierra, Nuestro Señor le presentó a la Madre Mariana dos coronas, una de gloria y otra de lirios entrelazados con espinas, instándola a elegir una de ellas. Escogiendo la corona de la gloria permanecería en el Cielo lo cual era su derecho, pero eligiendo la otra, ella volvería a la tierra y reasumiría su sufrimiento.

La humilde religiosa entonces pidió a su Amado Esposo que eligiera por ella.

“No!”, contestó Nuestro Señor. “Cuando te tomé como esposa probé tu voluntad, y deseo ahora hacer lo mismo.”

Intervino entonces María Santísima diciendo:

“Hija mía, dejé las glorias del Cielo y volví a la tierra para proteger a mis hijos. Deseo que me imites en esto, porque tu vida es muy necesaria para mi Orden de la Inmaculada Concepción” (Según la Mística Ciudad de Dios, escrita por Santa María de Jesús de Ágreda, Religiosa y Mística Concepcionista, Nuestra Señora fue llevada al Cielo en el día de la Ascensión de Nuestro Señor y le fue presentada también la opción de permanecer o volver a la tierra para ayudar a la Iglesia, recién fundada).

“Qué aflicción para esta colonia en el siglo XX!'' continuó Nuestra Señora, “si para entonces no hay almas que, con su vida de sacrificio y de holocausto, sigan tu ejemplo y apacigüen la Justicia Divina, el fuego vendrá del cielo y consumiendo a sus habitantes, purificará Quito.”

Al conocer que la Voluntad Divina era su regreso a la tierra, la Madre Mariana pidió a Nuestra Señora todo el valor y el conocimiento necesarios para formar y conquistar almas para Dios dentro y fuera de su Convento.

En ese momento en la tierra, el Superior Franciscano, inspirado por Dios, se dirige al cuerpo de la Madre Mariana que yacía en el lecho diciendo: "En nombre de la Santa Obediencia, te ordeno Madre Mariana que si estás muerta, tu alma regrese al cuerpo y recobrando la vida nos relates lo que sucedió". 

Enseguida, tras un suspiro y ante el asombro de su tía, la Madre Abadesa y del doctor don Sancho, la Santa Fundadora abrió sus ojos procediendo luego a relatarle al Padre Director todo cuanto vivió en el Paraíso.

Poco después retomaría la vida contemplativa pero con mayor esmero y dedicación.

Estigmas y desolación

En la noche del 17 de Septiembre de 1588, mientras rezaba, recibió las heridas santas de Nuestro Señor Jesús en sus manos, costado y pies, provocándole terribles dolores por lo que tuvo que ser ayudada a llegar a su lecho. Los estigmas aparecían en las palmas de sus manos y las plantas de sus pies, como herida de clavos; en su costado apareció una marca roja muy profunda a manera de herida de lanza.

La enfermedad se prolongó y su cuerpo quedó transformado en una sola llaga. En medio de dolores atroces le era imposible tragar alimentos y no podía mover ningún miembro de su cuerpo. Dios Nuestro Señor le retiró sus consuelos abandonándola a sufrir las penas de un condenado.

Sin embargo, la Madre Mariana nunca dejó de rezar y sobretodo jamás abandonó sus oraciones de media noche y tres de la madrugada.

Agravando sus sufrimientos, el demonio hizo lo máximo para tentarla, insinuándole que su vida había sido inútil. La rondó alrededor de su cama constantemente en forma de una horrible serpiente, visión que la atormentó de manera incesante.

Fue en esta terrible prueba, que duraba ya cinco meses, que el demonio interpuso todo su empeño en martirizarla. La Madre Mariana fue llevada a instancias en que todos los actos de heroísmo en su lucha contra el mal le parecían crímenes, sus buenas obras le parecían obras de perdición, y su propia vocación, era para ella un engaño y una vana ilusión. Asistía a una visión del propio infierno y se creía convencida de su propia perdición, sintiendo ya desprenderse el alma de su cuerpo y la caída de éste en el fuego eterno.  Agotando un último esfuerzo, invocó a la Santísima Virgen diciéndole:

“Estrella del mar, María Inmaculada, la frágil embarcación de mi alma está por naufragar. Las aguas de la tribulación me ahogan. ¡Sálvame, pues perezco!”.


Convento de La Concepción de Quito, Cuadro de la Anunciación. Abajo a la derecha, retrato de la Madre Mariana de Jesús Torres

Entonces, sintiendo una mano acariciar su cabeza, miró hacia arriba y vio a la Reina del Cielo, hermosa, bondadosa y majestuosa en un nimbo de luz. Fue así que pudo moverse y no vio más a la horrible serpiente, la cual en medio de un estruendoso grito se precipitó en el infierno provocando un estruendo similar al de un temblor.

El Santo Rosario

Tras el pavoroso ruido, la Madre Abadesa junto a la enfermera fueron a asistirla y vieron que
su cuerpo había recobrado sus movimientos. La Madre Mariana  ante las bondades inefables de Nuestra Señora para con ella, las instó a rezar el Rosario en agradecimiento a su Divina Protectora.

La Santa religiosa entonó luego la Letanía Lauretana siendo seguida con gran alegría por las presentes quienes nunca sintieron sus corazones abrazados del amor a Dios, como en aquellos instantes sublimes en que rezaron junto a la Sierva de Dios.

Segunda resurrección

Había ya transcurrido un año desde su recaída y su condición empeoró. El Doctor había dictaminado que debido a su vida de penitencia la médula de sus huesos se había secado y sólo tenía vida en su corazón.

A la mañana siguiente, sucedería lo inimaginable... Al reunirse las religiosas en el Coro Alto para rezar el Oficio, encontraron ante el asombro de todas, a la Madre Mariana rezando junto a ellas..! Tal como su Divino Esposo, al cual intentó imitar en todo, había resucitado la mañana de Pascua y había sido devuelta a la vida una vez más para continuar a través de sus sufrimientos, luchando por la salvación de las almas.

Abadesa


Madre María de Jesús Taboada


En 1589, la entonces Abadesa, Madre María Taboada, sintiéndose débil de salud y deseando prepararse para su muerte que se acercaba y que la Providencia se la había predicho a travez de su sobrina Mariana de Jesús Torres, sugirió la elección de ésta como nueva Superiora.

La Madre Taboada había gobernado durante dieciséis años según el deseo unánime de su convento, y las religiosas pensaban que no existía alguien lo suficientemente capaz para continuar la tarea de la Fundadora.

Sin embargo, respetando sus deseos, eligieron unánimemente a la Madre Mariana de Jesús Torres, confiando en su exaltada virtud a pesar de tener solamente treinta años. La Madre Mariana, dirigió el convento con gran sabiduría, prudencia, caridad y calidad en las vías del Señor, satisfaciendo cada punto de la santa regla, no omitiendo absolutamente nada. Sabía que tendría a su tía con ella por un tiempo más y tomó completa ventaja de sus consejos y dirección.

Predicciones sobre el Monasterio

Varias veces, las Madres María y Mariana, recibieron revelaciones sobre el futuro del Convento. En ellas, conocieron a cada monja que profesaría en su comunidad hasta el fin del mundo. Sabían que en las diferentes épocas, habría en esa bendita Casa, además de almas con grandes virtudes, méritos y santidad, también espíritus desagradecidos y desobedientes. Las almas santas librarían de grandes calamidades al Ecuador y mantendrían la fe ardiendo incluso durante los calamitosos siglos XX y XXI.

Los planes del demonio de destruir este Convento fueron evidenciados muy pronto. Incitadas por el príncipe de las tinieblas, algunas monjas ingobernables y desobedientes, deseaban una regla menos rigurosa, e intentarían obtener la separación de su comunidad de la dirección de los Frailes Franciscanos.Dicha separación causará en las monjas fieles el más penoso de los sufrimientos.

Primera aparición de La Virgen de El Buen Suceso

Por ese tiempo, la Madre Mariana sufría por el cuidado del Convento. Carecían de ayuda financiera apropiada, sumándosele la cruz de la amenazadora separación de los franciscanos. Todo esto infligió en su alma un verdadero martirio.

Antes de la Aurora del día 2 de febrero de 1594, rezaba en el Coro Alto. Prostrada, con su frente tocando el piso, imploraba por la ayuda divina para con su comunidad y por la misericordia para con el mundo pecador.

Entonces escuchó una dulce voz llamarla por su nombre. Levantándose rápidamente, contempló en medio de una aureola de luz, a una Señora muy hermosa, la cual, sostenía en su brazo izquierdo al Niño Jesús y en su mano derecha un báculo elaborado con el oro más puro y adornado con piedras preciosas nunca vistas en esta tierra.

Temerosa por no saber de quién se trataba la visión, la Madre Mariana preguntó: “Quién sois, hermosa Señora y qué deseáis de mi? Debéis saber que soy solamente una pobre monja, llena de amor para Dios, es verdad, pero sufriendo todo lo posible".

La Señora respondió:

“Soy María de El Buen Suceso, la Reina del Cielo y la Tierra. Precisamente porque eres un alma religiosa con completo amor para con Dios y para con su Madre que ahora te habla, es que he venido del Cielo para consolar tu agobiado corazón”.





Nuestra Señora realzaría luego, cómo los rezos y penitencias de la Sierva de Dios satisfacían a Dios, indicándole también que sostenía el báculo de oro en su mano derecha, porque deseaba Ella misma gobernar el Convento, que lo asumía como de Su propiedad, y que el demonio haría todos sus esfuerzos para destruirlo por medio de algunas hijas ingratas que allí vivían.

“Él no logrará su meta”, continuó la Santísima Virgen, “porque soy la Reina de las Victorias y la Madre de El Buen Suceso. Bajo esta invocación quiero, en los siglos venideros, realizar los milagros necesarios para la preservación de éste mi Convento, y para los habitantes de esta colonia".

“Hasta el fin del mundo tendré hijas santas, almas heroicas, en la vida silenciosa de este Convento, que sufrirán persecuciones y calumnias dentro de su propia comunidad, serán muy amadas por Dios y Su Madre… Sus vidas de oración, penitencia y sacrificio serán extremadamente necesarias en todos los tiempos. Después de pasar todas sus vidas desconocidas al mundo, serán llamadas al Cielo para ocupar un elevado trono de gloria.”

Le reveló también Nuestra Señora que su vida sería larga y sufrida, pidiéndole que jamás pierda el valor.

Dicho esto, colocó al Niño Jesús en los brazos de la humilde religiosa, quien al abrazarlo firmemente entre su corazón, sintió fuerzas para sufrir lo indecible.

Separación de los franciscanos

El siniestro día en el cual separarían al pequeño rebaño de sus pastores divinamente
designados y que lo había profetizado Nuestra Señora, había llegado. Se habían dado nuevas elecciones para Superiora y la Madre Magdalena de Jesús Valenzuela, la nueva Priora designada, no perdió tiempo en lograr este cometido. Esta religiosa sirvió a menudo de herramienta en las manos de otras monjas con intenciones malvadas.

Rápidamente, trabajó para anular la obediencia a los hijos de San Francisco. Aquél fue un día triste para las heroicas y santas fundadoras y para todas las Concepcionistas obedientes de esa casa. Los padres Franciscanos se despidieron, y la Madre Mariana y todas las monjas fieles lloraron inconsolablemente. Sin embargo, obedientemente se sometieron a la nueva autoridad. El Padre Provincial de los franciscanos se despidió con palabras de estímulo y de consolación, asegurándoles su regreso en el futuro, y dejando para las ingobernables, palabras de maldición.

Confinada en la prisión

Inmediatamente, con la Madre Valenzuela al mando del Convento pero manipulada por la facción ingobernable, la observancia de la regla comenzó a declinar, la prescripción del silencio no fue observada más, y los abusos se multiplicaron.

Preocupada y afligida en su corazón con esta situación, que derrotaba el propósito verdadero de la vida conventual, la Madre Mariana se acercó humildemente a su nuevo superior, Fray Salvador de Ribera, O.P., Sexto Obispo de Quito, pidiéndole como fundadora y ex-priora que estas infracciones y desviaciones se corrijan por el bien del Monasterio.

El Prelado escuchó esta súplica, pero la facción rebelde se cercioró de que recibiera el peor informe posible, haciendo parecer a la Madre Mariana como ingobernable e insubordinada.

Como resultado, el Obispo ordenó que la inocente Sierva fuese encarcelada por tres días. También pidió que su velo le sea quitado, que atienda al público en las horas de comida en el refectorio, y que coma de rodillas en el piso. Esos tres días fueron cumplidos en una prisión oscura y subterránea. Allí, la Madre Mariana tuvo que expiar su perfecta inocencia.



La Madre Mariana encerrada en la cárcel del Convento

Luego de tres días, la llevaron a un cuarto solitario. Las Madres Fundadoras, incapaces de contenerse viendo su sufrimiento, allí la visitaron. Por esto, fueron encarceladas junto con la Madre Mariana por un mes completo. Otras, que demostraron solidaridad para con ellas, también fueron enviadas junto a las santas religiosas en la prisión. Fueron veinticinco a la vez las que pagaban así su fidelidad.

Consolaciones divinas

Una noche, una cruz pequeña que la Madre Mariana había pintado en la pared comenzó a brillar intensamente. Mientras la luz aumentaba maravillosamente ante el asombro de las inocentes cautivas, cada una de las siete fundadoras cayó en un sublime éxtasis y a cada una de ellas se les mostró una visión diferente.

Por ejemplo, la Madre Francisca de los Ángeles, vio a su Padre Seráfico, San Francisco de Asís, en estado de indignación y que con un arco apuntaba sobre el convento, lanzando flechas en todas direcciones. Una de las flechas perforó el corazón de una de las monjas desobedientes, que cayó muerta inmediatamente.


Entonces San Francisco le dijo a la Madre Francisca:


“Esta monja - la fulminada - es la principal responsable de la separación de los franciscanos y del relajamiento introducido en el monasterio. Será responsable también de todas las faltas contra la observancia de la regla en los siglos venideros hasta que la jurisdicción de la familia franciscana vuelva. Entonces la regla dada a nosotros por el Papa Julio II será observada perfectamente. Veo que en todos los tiempos habrá almas que amando la Seráfica orden, sostendrán la observancia regular del monasterio con sus dedicadas vidas de penitencia”.

A la mañana siguiente las rebeldes encontraron muerta a dicha monja en su celda, con su rostro color púrpura y ennegrecido. Hicieron que las cautivas cargaran el cuerpo para el entierro. ¡Imaginemos el dolor de la Madre Francisca, de tener que cargar el cuerpo de esta hermana que ella amó y sirvió pero que no pudo salvar!

En otra visión, Sor Magdalena de San Juan contempló a San Juan Evangelista, quien le reveló que en la Última Cena y en momentos en que reposó su cabeza sobre el Sagrado Corazón, el Divino Redentor le dio a conocer muchos secretos. Uno de ellos, era la fundación de este Monasterio. Nuestro Señor le dejó saber cuánto amaba esta Casa y que en ella vivirían siempre almas Eucarísticas que tomarían sobre sus hombros la reparación de los sacrilegios cometidos contra la Víctima Divina.

De este modo, estas almas santas pasaban días amargos encarceladas dentro de su propia casa, perseguidas, ultrajadas y abandonadas por sus propias hermanas.

Las prisioneras son liberadas

Torturada por la compasión y el remordimiento, la Madre Valenzuela no pudo soportar más el pensamiento de que estas monjas santas e inocentes estuvieran encarceladas en ese horrible lugar. Escribió una carta al Obispo en la que confesaba su debilidad en permitir que las monjas rebeldes la manipulen y causen el encarcelamiento de estas mujeres perfectamente libres de culpa. El Prelado quedó consternado al recibir este mensaje. Reprendió a la Madre Valenzuela seriamente y pidió la libertad inmediata de las víctimas. Al ser liberadas, las sufridas religiosas besaron humildemente los pies de su Priora y los de sus perseguidoras.

Fueron constantes los episodios de calumnia y persecución estimulados por el demonio contra las monjas fieles. Esto apenas era el principio de una persecución terrible sufrida por estas almas heroicas, que fueron devueltas más adelante a esa horrible prisión.

Una vez más, elección y… encarcelamiento

Luego de salir del encierro, la Madre Mariana fue otra vez elegida Abadesa recibiendo la mayoría de los votos de la facción obediente del convento. Esto causó tal furia en el bando rebelde que sería ella otra vez difamada a tal punto que el Obispo, no sabiendo qué hacer, la hizo aislar en una celda. El grupo de rebeldes deseaba enviarla a la oscura prisión nuevamente, pero se encontraron  esta vez con la oposición de la Priora anterior, la Madre Valenzuela.

La Madre de Dios pide que una Imagen sea elaborada

Cierto día, durante ese segundo período de aislamiento, mientras rezaba y sufría, la Madre Mariana contempló otra vez a la Señora de majestad y belleza incomparables rodeada por una luz, y que una vez más presentándose bajo el nombre de María de El Buen Suceso, llevaba como en la Aparición anterior, al Niño Jesús en sus brazos y en la mano derecha el Báculo de oro, adornado de una cruz con diamantes incrustados relucientes como el sol; piedras preciosas adornaban el centro de la cruz y el nombre de María se hallaba grabado en una estrella de rubíes, brillando con diversidad de luces.

Esta vez, entre muchas otras cosas, la Santísima Virgen de El Buen Suceso le pide a la Madre Mariana que mande a confeccionar una imagen tal como se presentaba ante sus ojos. Deseaba que la misma fuese colocada sobre el asiento de la Priora en el Coro Alto, para desde allí, ser Ella la Reina del Cielo, quien gobierne con eficacia aquél Su Convento. Quería también que el báculo fuese colocado en su mano derecha como muestra de Su autoridad como Abadesa, junto con las llaves del Monasterio para defenderlo en los siglos venideros.

Defensa que Nuestra Señora cumplió. En varias ocasiones futuras, funcionarios gubernamentales hostiles intentaron desalojar a las hermanas o cerrar el Convento. Ninguno de esos intentos tuvo éxito. En algunos casos la persona responsable moría o era destituida antes de que la consigna fuera realizada. En una ocasión, un gran número de hombres asignados para converger en el Monasterio en un tiempo especificado, se olvidaron inexplicablemente de la cita hasta que el tiempo había pasado.

Medición de la Santísima Virgen

La Madre Mariana al recibir el encargo de la Santísima Virgen de mandar a elaborar la imagen desconocía el tamaño en que debía ser entallada.  Sintiéndose por esto afligida le dijo a la Reina del Cielo:

“Linda Señora, mi Madre Querida, debo atreverme a tocar Vuestra frente Divina, cuando ni los Ángeles pueden hacerlo?"

“Vos sois el Arca viva de la Alianza entre los pobres mortales y Dios, y si Osa sólo por el hecho de haber tocado el Arca Santa para evitar que rodase al suelo, cayó muerto, cuánto más yo ! mujer pobre y débil".








Nuestra Señora entonces le respondió:

“No temáis por ello. Me alegra tu recelo y veo el amor ardiente a tu Madre del Cielo que te habla; medid vos misma mi estatura con el cordón que traes en tu cintura".

Cogió entonces Nuestra Señora una punta del cordón colocándola en su propia frente, mientras Sor Marianita aplicaba el otro extremo sobre los sagrados pies de la Santísima Virgen obteniendo así la medida exacta de la Madre de Dios.

Las dificultades continúan

Los inconvenientes estaban lejos de desaparecer en el Convento de la Inmaculada Concepción. Estimuladas siempre por el demonio que había hecho la promesa de destruir esa santa Casa, el mismo grupo de monjas rebeldes trazaron un plan para lograr su fin.

Llegó otra vez el tiempo de una nueva elección para Superiora. El elemento revolucionario levantó tanto la fricción que después de muchas sesiones, ninguna decisión fue tomada. El propio Obispo tuvo que intervenir y presidir la nueva elección.

Cegada por la envidia y el odio, la líder de la rebelión, una monja de contextura gruesa, de baja estatura y tez morena conocida como “la Capitana” solicitó el puesto de Priora para sí misma mientras que insultaba y se revelaba contra la Madre Mariana y las demás fundadoras españolas. También pedía el regreso de éstas a España.

Esto resultó ser un error fatal para las insubordinadas, pues el Obispo veía entonces claramente con quién estaba tratando. Indignado, pidió a “La Capitana” que se retire y ordenó que sea inmediatamente encerrada en la misma prisión donde anteriormente sus víctimas inocentes tanto habían sufrido. En cuanto a las otras rebeldes, les revocó su derecho de votar y ordenó que realicen el trabajo más extenuado del Convento. De resistirse, irían a la prisión junto con su líder. Además fueron expulsadas del cuarto de votación.

Finalmente, eligieron a la Madre Valenzuela como Priora una vez más.

El sacrificio inmenso

Mientras "La Capitana" confinada en la prisión, llena de odio y enloquecida hablaba al Obispo, la Madre Mariana se sentó silenciosamente en una esquina del cuarto, desde dónde contempló a unos simios horribles que se acercaban a dicha monja. Sus bocas, ojos y ventanas de la nariz vomitaron fuego vertiéndolo en el corazón de la rebelde y en las de sus seguidoras.

La Madre Mariana veía que esta infeliz alma y la de varias de sus adeptas, se condenarían. Para esto, Nuestro Señor se le apareció presentándole la manera de salvar a la monja rebelde de las llamas eternas del infierno que bien merecía por sus numerosos pecados, y por el daño que causaría a la comunidad en los siglos venideros. Para evitar su castigo eterno era necesario que la Madre Mariana acepte sufrir cinco años en el infierno para salvarla.

La heroica Madre Mariana de Jesús Torres aceptó como se verá más adelante.

La Capitana

Un día, la Madre Valenzuela, elegida nuevamente Abadesa escuchó junto a la Madre Mariana voces que venían de la prisión. La Superiora preguntó entonces a la Sierva de Dios que podía ser aquello.

“Madre, - le respondió la Madre Mariana - esta pobre hermana es una víctima del demonio. Vamos a asistirla y saquémosla al jardín para que no se desespere. Debemos ocuparnos de su alma”.

Al verlas, la desgraciada criatura comenzó a correr alrededor de la prisión mientras que golpeaba su cabeza contra las paredes y gritaba: ¡“Estoy muriendo! ¡Estoy muriendo! El demonio va a tomarme!". Entonces se cayó de cara a la tierra.

La Madre Mariana, llorando desconsoladamente, se acercó a la monja para levantarla. Sus lágrimas bañaron la cara de la desgraciada criatura, la cual botaba espuma por la boca, fluyéndole sangre de la nariz. Limpiándola, la frotó procurando hacerla recuperar los sentidos. Entonces le pidió a la Madre Francisca de los Ángeles que fuera a la Enfermería por unos remedios.

La Madre Valenzuela permanecía en la puerta paralizada por el pánico ante lo cual la Madre Mariana animándola, le dijo:

“No se preocupe su Reverencia, Jesús y María están conmigo!”

Exorcismo

Mientras la santa fundadora esperaba, notó repentinamente a dos criaturas negras agazaparse tímidamente contra la pared en una esquina del cuarto, intentando ocultarse de ella. Indignada, las increpó con fuerte voz:

“Bestias viles y abominables, qué están haciendo aquí? Vuelvan al infierno, que este es un lugar santo, una casa de oración y de penitencia. Todos sus esfuerzos por arrebatar el alma de mi hermana serán inútiles. Jesucristo murió por ella y a pesar de ustedes, la salvará. Les ordeno en nombre de los misterios de la Santísima Trinidad, de la Divina Eucaristía, de la Maternidad Divina de María Santísima y de la Asunción gloriosa de su cuerpo y alma al Cielo, que salgan inmediatamente de este santo lugar. Déjenlo, y nunca más vuelvan a atormentar a cualesquiera de mis hermanas con su abominable presencia”

Luego que pronunciara estas palabras, se escuchó un estruendo. La tierra se sacudió y gritos horribles fueron oídos. Entonces los demonios se marcharon.

Enfermedad y muerte

Al regresar a sus sentidos, la monja enferma estaba muy desconcertada pero empecinada, hablaría solamente con la Madre Valenzuela. Pasó una noche terrible sufriendo las crueldades de su conciencia criminal. No obstante, la envidia que sentía hacia la Madre Mariana estaba tan asentada en su corazón que no podía atreverse a pedirle perdón y mucho menos intentar estimarla.

A pedido del doctor, la trasladaron a un cuarto en donde podría ser cuidada, debido a que tenía una enfermedad contagiosa y estaba muy enferma. Las Madres Mariana y Francisca de los Ángeles la cuidaron con gran amor, dulzura y afecto. Aun así, la mujer enferma las trató groseramente, quejándose por todo.

A pesar del cuidado y tratamiento propinado, su condición se empeoró al punto que la muerte era inminente. Sintiéndose morir, gritó en medio de una agitación terrible: “Es muy tarde para mí. No puedo apreciarla ni perdonarla (refiriéndose a la Madre Mariana). Deseo ser salvada pero no puedo. ¡Oh! ¡Hagan que esas criaturas negras salgan de aquí! Ayúdenme, porque me llevarán!”

Sin más remedio se aferró a los brazos de la Sierva de Dios. Enseguida, las Madres llamaron a un sacerdote pero no se confesó. El clérigo se fue entristecido por esta escena de la impenitente que moría y que poco después daba su último suspiro.

La Madre Mariana sostenía el cadáver en sus brazos. Sus hermanas y cofundadoras españolas le pidieron que la acostara en la cama pero la Venerable Religiosa les respondió:

“Mis Madres y hermanas! tan pronto se olvidan del sacrificio que acepté para salvar esta alma ? Roguemos a Dios fervientemente por ella. Ahora está esperando el juicio de Dios, ya ha cometido todo el mal que ha podido. Ella vivirá otra vez. No se asusten, permanezcan en calma porque se arrepentirá y enmendará sus males por su propia voluntad. Morirá y será salvada más adelante, pero su purgatorio durará hasta el día del juicio final. Esto me lo reveló Nuestro Señor”.

Al decir esto, el cuerpo de la monja muerta tembló y abrió los ojos. Miraba todo alrededor del cuarto como si buscara a alguien. Entonces, fijando su mirada en la santa fundadora, deseó hablar pero su voz se estrangulaba en un mar de llanto. La angelical Madre Mariana secó las lágrimas con amor maternal y le habló de la confianza en la bondad de Dios. La Capitana finalmente sintió cuánto era amada.

Después de una confesión general, comenzó lentamente a recuperarse. Era ahora tan dócil como un niño y nunca deseó estar lejos de su santa benefactora.

La Madre Mariana entra en el infierno

Tiempo después, Nuestro Señor se le apareció a la Madre Mariana, recordándole que había llegado el tiempo de que pague el precio de la salvación del alma de la Capitana. Le dejó saber que al día siguiente, después de recibir la Santísima Comunión, tan pronto como la especie sacramental se le disolviera, entraría en el infierno.

Así, un día después y antes de comulgar, sintió como si su corazón se rompiera. Intentó aferrarse a Nuestro Señor tanto cuanto sea posible, pero tan pronto como la especie divina se deshizo, sintió un dolor terrible como si el alma se arrancara de su pecho. A partir de ese momento se volvió totalmente insensible a Dios.

Permaneciendo cinco años bajo el estado de un alma condenada, perdió la noción del tiempo y estaba convencida que aquello duraría eternamente. Su sublime amor para Dios y su Santísima Madre había ahora cambiado por sentimientos de repugnancia y desprecio.


Mientras tanto, su alma sufrió todos los tormentos de un condenado, sus cinco sentidos corporales fueron empapados en una increíble tortura. Su cuerpo parecía cuál brasa que ardía intensamente quemándose sin ser consumido en medio de dolores inimaginables. Sus ojos contemplaron las escenas infernales más horribles mientras que las blasfemias más atroces asaltaron constantemente sus oídos. Su sentido del olor fue plagado por toda la inmundicia humana, y su sentido del tacto fue atormentado por filosas puntas que se introducían hasta lo más profundo de su cuerpo. Su paladar fue torturado por un gusto horrible desconocido, mientras que los demonios derramaban azufre derretido debajo de su garganta. Al mismo tiempo, los demonios golpeaban sus cabezas al punto de derramar sus sesos sobre ella, incitándola así a la cólera, a la desesperación y a la blasfemia.

Sufrió todo esto mientras llevaba su vida diaria en el Convento. Nunca abrió sus labios para quejarse ante la comunidad. Más bien seguía siendo un ejemplo perfecto de dulzura, humildad y obediencia. Solamente el sacerdote franciscano que la dirigía y las otras fundadoras sabían lo que la Madre Mariana padecía, y rezaban por ella incesantemente.

La única muestra exterior de sus sufrimientos en el infierno era que sus mejillas, normalmente atractivas y sanas, realzando su belleza natural, perdieron su color y se pusieron pálidas. En extremo, era ella un cadáver que caminaba.

Muerte de la Capitana

Cinco años más adelante, mientras rezaba, la Madre Mariana gritó fuertemente y cayó como si hubiese muerto. Permaneció mucho tiempo inconsciente, finalmente, suspirando de manera profunda abrió los ojos, que estaban llenos de lagrimas de alivio. Su infierno había terminado. Y gradualmente fue recuperando su salud y hermoso color.

No paso mucho tiempo de esto cuando La Capitana cayó enferma y acercándose su fin, confesó todos sus pecados y murió tranquilamente, asistida por la Santa Madre Iglesia.

La Madre Mariana de Jesús contempló el juicio de la monja, donde le fue mostrado que su salvación fue debida a los cinco años que estuvo en el infierno. La Capitana llevó consigo a la eternidad esta gratitud inmensa. En el purgatorio su benefactora la ayudó mucho, ya que no dejó de rezar nunca por ella. Después de la muerte de la Madre Mariana, esta alma del purgatorio fue olvidada gradualmente.

Eficaz intercesora
Madre Mariana de Jesús Torres

La vida de esta criatura angelical era una sucesión constante de revelaciones, intervenciones y milagros divinos. Durante su vida, levitaba, se bilocaba para salvar un alma, multiplicaba el pan, reconciliaba familias, predecía el futuro, hacía conversiones y curaba enfermos. Cuántas enfermedades curó dando a tomar agua de anís del país, hecha por sus propias manos. Era ésta su receta predilecta. Obraba prodigios diariamente, sobre todo en las parturientas, evitando la muerte prematura de los niños. Es la razón por la que en esos tiempos mucho se generalizaron los nombres Mariano y Mariana, que las madres agradecidas colocaban a sus hijos e hijas en la pila bautismal.

La Santísima Virgen insiste en la elaboración de la Imagen

La Madre Mariana temía que la población indígena de Quito, recientemente catequizada y aún con inclinaciones idolatras ofreciera la reverencia incorrecta a una representación tan magnífica de la Madre del Dios.

El 2 de febrero de 1610, arrodillada ante el Santísimo Sacramento y mientras rezaba sus acostumbradas oraciones de la noche, de repente sintió su corazón saltar de alegría en su interior.




En un instante se encontró ante la Reina del Cielo, Quien se hallaba cubierta de luces que resplandecían intensamente dentro de un marco oval de estrellas que brillaban tenuemente. Notó entonces que Nuestra Señora la vía con cierta severidad y sin decir una palabra.

La Madre Mariana rogó a la Celestial Reina que no la mirara de esa forma y le prometió realizar todo lo que Ella le ordene aunque le cueste su vida.

La Divina Señora entonces la reprendió pacentemente, preguntándole porqué dudó y temió a pesar de saber que Ella es una poderosa Reina. Le aseguró que no habría peligro de idolatría. Más por el contrario, esta imagen no sólo sería necesaria para el convento sino también para la gente en general a través de los siglos.

Entonces la Santísima Virgen escogió al artista que debía realizar esta santa tarea. Sería Don Francisco de la Cruz del Castillo, hombre de buena familia y un escultor consumado, temeroso de Dios, honesto y vertical con su esposa e hijos, gobernando su hogar guiado por los diez mandamientos. A este hombre piadoso, tendría la Madre Mariana que indicarle los pormenores físicos de la Reina del Cielo, a quien veía con sus propios ojos. Creyéndose incapaz de ello, la Sierva de Dios se dirigió a Nuestra Señora diciéndole:

“Pero Señora, Madre Querida de mi alma, yo, insignificante criatura, jamás podré describir vuestra hermosa figura a artista alguno…. Realmente sería necesario que uno de los arcángeles elabore esta Santa Imagen que vos deseáis”.

La celestial Reina calmó su preocupación asegurándole que Francisco del Castillo la esculpiría y sus ángeles le darían el toque final.

Se elabora la Portentosa Imagen

La Madre Mariana, relató entonces al Obispo el pedido de Nuestra Señora de mandar a elaborar la imagen. El Prelado quedó profundamente conmovido y entró en contacto con Francisco del Castillo.

El escultor apenas podía contener su sorpresa, alegría y gratitud por haber sido nombrado para este santo  proyecto y rechazó cualquier pago en vista de que ya se consideraba completamente compensado al haber ser elegido por la misma Santísima Virgen. Pidió solamente que su familia y descendientes permanezcan siempre en los rezos de la comunidad.

Se confesó, comulgó y empezó la elaboración de su obra, siempre bajo la orientación de la Madre Mariana, que le indicaba las facciones y la postura de Nuestra Señora, recibiendo también las medidas exactas con las que tenía que ser entallada la imagen, esto es, cinco pies y nueve pulgadas de alto.

Cinco meses le llevarían al artista para realizar la obra. Faltándole algunas pulidas, salió de viaje fuera de Quito en búsqueda de las mejores pinturas y los más finos barnices para concluir su trabajo.

Confección milagrosa

Aquello sucedió en enero de 1611, cuando la imagen estaba casi terminada, y solamente le faltaban los toques finales de tintura; entonces Francisco del Castillo informó a la Madre Mariana que como el acabado era lo más importante, deseaba contar con los más pulcros materiales que existieran. Fue a buscarlos en otro sitio, prometiendo regresar en dos semanas, suspendiendo así el trabajo después de recibir la Santa Comunión.

Durante esos días en la comunidad sólo se hablaba de la Santa Imagen que estaba a punto de ser acabada, bendecida e instalada como Reina y Superiora del Convento.

En la mañana del 16 de enero, mientras las hermanas se acercaban al Coro Alto para rezar el Oficio Matinal, oyeron una hermosa melodía.

Al entrar al Coro contemplaron la Imagen, bañada por una luz celestial, mientras que ecos de voces angelicales aun resonaban y cantaban el “Salve Sancta Parens” - Ave ! Santa Progenitora -








Vieron que la Imagen había sido exquisitamente acabada y que su rostro emitía rayos brillantes de luz!

Días después, el escultor se presentó en el Convento trayendo consigo los mejores esmaltes y listo para terminar su creación.

Sin contársele nada, fue invitado por las Madres y llevado al Coro Alto donde, sorprendido por tal maravilla, exclamó emocionado:

“Madres, qué veo? Esta Imagen preciosa no es el trabajo de mis manos! No puedo describir lo que siento en mi corazón! Esto es obra de manos angelicales! Es imposible en la tierra para cualquier escultor, por más hábil que sea, imprimir tal perfección y tal extraordinaria belleza!”.

Y llorando, en medio de sentimientos profundos de fe y piedad, cayó a los Pies de la Sagrada Imagen.

Enseguida, pidiendo papel y lápiz, testimonió por escrito y bajo juramento, que aquella bendita Imagen no era obra suya, sino más bien de los Ángeles, pues la encontró totalmente distinta a su regreso.








Don Francisco del Castillo, presuroso, salió del Convento, llegando donde el Obispo y emocionado le narró lo que sus ojos acababan de ver por lo que el Prelado acudió de inmediato donde las Madres, encontrando la Imagen transformada pero mucho más perfecta de lo que se desprendía del relato del escultor, y arrodillándose ante Ella, reconoció el prodigio mientras que de sus grandes ojos brotaban lágrimas. Atestiguó que la Imagen había sido modificada y enriquecida por manos no humanas. Conmovido y extasiado proclamó a los Pies de la misma:

“María, Madre de Gracia y Madre de Misericordia, en la vida y sobretodo en la hora de la muerte, amparadnos, Grande Señora!”

Luego, llamando a la Madre Mariana, electa nuevamente Abadesa, le pidió que entrara en el confesonario. Intuía que ella debía saber sobre lo ocurrido.

La Santa Fundadora le relató entonces que en el día 15 de Enero de 1611, Dios le previno acerca de las Misericordias que presenciaría en la madrugada del día 16, pidiéndole además, se prepare con penitencias y mucha oración.

Haciendo esto, ya en la madrugada, vio al Coro Alto y a toda la Iglesia iluminarse con luces celestiales. Luego se abrieron las puertas del Sagrario y en la Santa Hostia aparecía la Santísima Trinidad, conociendo en ese instante, el Misterio de la Encarnación del Verbo así como el amor infinito de las Tres Divinas Personas a María Santísima, la cual era aclamada como Reina y Señora por los nueve Coros Angelicales.

De inmediato, los tres Arcángeles se aproximaron ante la Imagen y reverenciándola, San Miguel le decía:

“María Santísima, Hija de Dios Padre!".

Le seguía San Gabriel, diciendo:

“María Santísima, Madre de Dios Hijo!".

Finalmente, era San Rafael quién decía:

“María Santísima, Esposa Purísima del Dios Espíritu Santo!".

La Madre Mariana recuperó luego sus sentidos, viendo en su delante a la Bendita Imagen, bellísima y llena de luz como si estuviese en medio del sol.

EL CUADERNON

En el Artículo Historia de Nuestra Señora de El Buen Suceso el lector encontrará un relato pormenorizado de la confección milagrosa de la Imagen. Lo invitamos también  a conocer las Revelaciones hechas por Nuestra Señora de El Buen Suceso, en el capítulo Revelaciones para nuestros días.

Dichas profecías fueron consignadas por el frayles franciscanos Padres Francisco Anguita y Angel Francisco Pérez en un libro de grueso volúmen conocido como “EL CUADERNON".

Ambos religiosos conocieron en vida a la Sierva de Dios y fueron incluso sus Directores Espirituales, siendo depositarios de los secretos más íntimos de su alma. Aseguran ellos, que la Madre Mariana era una Santa, de la dimensión de la doctora del carmelo, Santa Teresa de Ávila y aun con ventaja.

Tal compendio sería tiempo después escondido en alguna  pared del Monasterio. Esto, para dar cumplimiento a lo profetizado por la Madre Mariana en enero de 1611, de que tanto “EL CUADERNON" asi como  “otros valiosísimos tesoros serán ocultos por mis sucesoras en tiempos de guerra (siglo XVIII) en estas tierras entonces república...

Nuestro artículo sobre el tema se deriva de la magnífica Obra del también franciscano Padre Manoel de Souza escrita ciento cincuenta años después de la muerte de la santa fundadora. La integridad del contenido de “EL CUADERNON" aun es desconocida.

Pidamos entonces a Nuestra Señora, María Santísima de El Buen Suceso el conocimiento integral, urgente y exácto de sus Revelaciones hechas a La Madre Mariana de Jesús Torres y su divulgación, con el ministerio de los Ángeles, por el mundo entero.

LA CONSAGRACION


Días después, el 24 de Enero de 1611, esto es hace cuatrocientos años, se daba inicio a la Primera Novena en Honor a la Portentosa Imagen de Nuestra Señora de El Buen Suceso, concluida por manos angelicales.




Altar Mayor de la Iglesia del Convento de la Inmaculada Concepción de Quito


Para el día 2 de Febrero, día de la solemne consagración de la Imagen, a las 9 de la mañana, la Iglesia de las Madres Conceptas se veía inundada por la multitud. Al evento acudieron el Cabildo y también la Real Audiencia.

El título de Madrina de la Santa Imagen, había recaído en la Señora Marquesa de Solanda, quien a este fin, había donado el Báculo Pastoral, elaborado en oro y adornado con rubíes y piedras preciosas.

Las llaves de la Clausura hechas en plata y bañadas en oro fueron obsequiadas por el Obispo, y la Corona, por el Cabildo.

Terminada la ceremonia, la Sagrada Imagen fue llevada en procesión por los Claustros del Convento, mientras era cantada la Letanía Lauretana. El recorrido terminó en el Coro Alto, donde estaba preparado el Trono de Abadesa, conforme el pedido de la Santísima Virgen, para desde allí regir y gobernar su Casa.

Dicha Sede Abacial consistía en un colosal nicho elaborado también por don Francisco del Castillo, y al cantar de la Salve, los Frailes Franciscanos colocaron la Imagen en el interior de dicho Altar, mientras el Obispo la bautizaba con óleo sagrado bajo el nombre de Nuestra Señora de El Buen Suceso, de la Purificación, o de la Candelaria, y es en ese sitio, reservado a la clausura de las religiosas, donde ha permanecido habitualmente desde hace cuatro siglos.








En la actualidad, la Imagen es trasladada tres veces al año hasta al Altar Mayor de la Iglesia: en Enero, para la Novena que comienza el día 24, por su fiesta, el 2 de febrero. En Mayo, por ocasión del Mes de María, y en Octubre, por ser el mes del Santísimo Rosario. En dicho altar es expuesta a la veneración de numerosos fieles, quienes reciben innumerables gracias bajo su intercesión.

Hogar Celestial

A las tres de la mañana del 2 de febrero de 1634, la Madre Mariana acababa de terminar de rezar en el Coro Alto cuando notó que la lámpara junto al Santísimo se había apagado. Se puso de pie por instinto e intentó bajar a la iglesia para re - encenderla, pero una fuerza desconocida la inmovilizó de modo que no pudo dar un solo paso. En ese momento Nuestra
Señora de El Buen Suceso aparecía y acercándosele, le dijo:

“Mi hija querida, hoy te traigo la agradable noticia de tu muerte, que ocurrirá en once meses. Tus ojos se cerrarán entonces a la luz material de este mundo para abrirse en la brillantez de la luz eterna. Prepara tu alma de modo que, purificada aun más, pueda ella entrar completamente a disfrutar de su Señor”.

Y así sucedió. La salud de la Madre Mariana comenzó a decaer, pero ella todavía estaba al frente de sus deberes en el convento mientras le era posible. Finalmente llegó el momento en que tuvo que ser confinada en una cama.

Empero, toda ella era incendios divinos, su aspecto,
sus sentimientos, sus palabras, sus modales, revelaban la santidad e íntima unión con Dios. Por ese tiempo su virtud se traslucía hasta afuera de su amado Convento y una afluencia de gente asistía continuamente a pedir con insistencia, el poder hablar con la Santa Fundadora como la llamaban.

Conociendo el día y hora de su muerte, la Madre Mariana comunicó a sus amadas hijas sobre su viaje final a la eternidad. Alrededor de la una la tarde de ese día pidió a la Madre Abadesa que convocara a la comunidad.

Cuando llegaron, la Venerable Madre leyó en voz alta su magnífico testamento.

Comenzó afirmando que moría como hija fiel de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Entonces, con una voz vibrando de la emoción pero firme con la fuerza de la fe y de la sinceridad, repitió las palabras de Nuestro Señor:

“Es necesario que me vaya pero no las dejaré huérfanas. Iré hacia nuestro Padre, nuestro Dios, y el Consolador Divino descenderá para confortarlas”.

Después de recibir el Santo Viaticum, ardiendo de amor, cerró tranquilamente sus ojos y dejó de respirar. La Madre Mariana de Jesús fue junto al Señor a las tres de la tarde del día 16 de enero de 1635. Tenía entonces setenta y dos años de edad.

Poco después, la noticia de su muerte había recorrido ilimitados confines. Los quiteños desde muy temprano, cercaron el Monasterio rogando se les permita ver por última ocasión a quién había sido un cúmulo de virtudes, discreta consejera, pacificadora de familias, consuelo en las aflicciones, auxilio eficaz en las necesidades morales y económicas, intercesora poderosa ante Dios y el ángel tutelar de la ciudad en todos los aspectos.

La multitud en la iglesia era tal, que los Padres Franciscanos tuvieron que sortear enormes dificultades para poder ingresar a la Clausura para los oficios post mortem, debiendo a su vez impedir el ingreso de la avalancha humana a la misma.

Durante tres días seguidos y a diversas horas, fueron oficiadas muchas Misas. Después, en medio del Canto “De Profundis", los Franciscanos trasladaron el cuerpo hacia el cementerio del Convento.

Entre los miles de asistentes a las exequias, se encontraba una joven de dieciséis años, de resaltante hermosura e imponente recato. Era Mariana de Jesús Paredes y Flores, quien en determinado momento se puso de pie, y ante los presentes proclamó a viva voz y sin respeto humano: “Ha muerto una santa..!"

 
Santa Marianita de Jesús

La azucena quiteña había sido bautizada con el nombre Mariana de Jesús, en honor a la fundadora española, y desde muy temprano asistía al Convento de las Madres Conceptas sin ser parte del mismo, para ser encaminada hacia la práctica heroica de las virtudes por la Madre Mariana de Jesús Torres.

Ojos que vieron la claridad

La Iglesia era un escenario de verdadero dolor e infinita tristeza por parte de los fieles al separarse éstos, de la Madre Mariana, pero también de interminable alegría, por contar con una santa como ella. Al funeral había asistido también una mujer mestiza de nombre Petra Martínez, junto a su hija de cinco años de edad y ciega de nacimiento. Era inquebrantable su confianza en su intercesión para arrancar de Dios, con capacidad de méritos, el milagro de la curación de su hija. “Madre Marianita, Madre Fundadora, duélete de nosotras! Qué será de esta niña después de mis días?, cumpla con su promesa de darle la vista a mi niña", imploraba la mujer, mientras la niña replicaba: “Quién me acariciará como lo hacía vuestra merced? Déjeme Madre verla por última vez! Qué linda debe ser!"

Dejando por un instante a la niña junto a la reja que separa la Iglesia de la clausura, la mujer salió precipitadamente del templo, regresando en breve con un palo en su mano con el cual, metiendo el brazo entre dicha reja, intentaba alcanzar una flor que ceñía la frente de la Madre Mariana. Vanos fueron sus intentos, logrando tan sólo que la rosa caiga sobre el ojo izquierdo de la difunta. Afligida pidió a las religiosas insistentemente le obsequiaran aquella flor, y luego de haberla obtenido, sentó a la niña en su regazo aplicándole repetidamente la flor en ambos ojos y pidiendo sin cesar el milagro a la Santa Fundadora.

Agotada, y cansada de llorar, la niña se quedó dormida. Luego también su madre. Ambas arrimadas a la reja. Las religiosas y los fieles, impresionados por esta escena, respetaron el sueño de estas dos personajes.

Casi al caer la tarde, despertó primero la mujer retomando sus ruegos a la Madre Mariana por el ansiado milagro. Estos clamores despertaron a la niña que poco a poco se incorporaba, para luego, repentinamente dar un salto a las rejas exclamando: “Madre Marianita, que bonita ha sido vuestra merced! No duerma más! Despierte y levántese ya!"

Al escuchar estas palabras, su madre enmudeció de asombro. La dicha recorrió las fibras de su alma, siendo su primera reacción ver los ojos de la niña, y al verlos radiantes y llenos de luz, exclamó: Milagro! Milagro!

Así, la Madre Mariana cumplía, extraordinariamente su promesa!

Una Rosa a sus pies

No podemos abstenernos de dar aquí a conocer un otro conmovedor y dorado episodio como conclusión de nuestra historia.

Varios años antes, una ansiosa mujer embarazada había venido a pedir que la Madre Mariana rece por su condición, que había sido diagnosticada como precaria.

Amable y cordial como siempre, la santa monja le dio un poco de agua de anís - con la cual había realizado innumerables curaciones - y apaciguó sus miedos asegurándole que daría a luz a una hermosa niña. La mujer confortada entonces le pidió que rezara por la protección de su hija.

La Madre Mariana de Jesús respondió:

“No tiene que pedir mis oraciones, porque esta niña es más mía que suya. Ella es un alma elegida por Dios y perfumará este monasterio con el aroma de sus virtudes. Tráigala aquí a menudo, porque deseo verla. Ella vestirá mi cuerpo para mi entierro”.

Según lo predicho, nació una hermosa y sana niña, recibiendo el nombre de Zoila Blanca Rosa. A la edad de diez años pidió ser admitida en el convento, en donde fue un ejemplo de virtudes así como un rayo de sol por su disposición siempre alegre e inocente. En el convento tomó el nombre de Zoila Blanca Rosa de Mariana de Jesús.

Cuando su querida Madre Mariana cayó enferma por última vez, Zoila devotamente cuidó de Ella. De repente su hermosa cara dejo de brillar debido a que no podía soportar el pensamiento de vivir sin su santa Madre.

Un día salió del cuarto de la enferma nuevamente radiante. Al ser preguntada por la razón de tal alegría, ya que la muerte de su Madre estaba próxima, explicó que la Madre Mariana le había prometido llevarla con ella.

Mientras el cuerpo de la Sierva de Dios era velado en el coro bajo, rodeado por una abundancia de flores, Rosa Mariana se arrodilló a los pies de la Santa Religiosa y reposó su cabeza en ellos. Luego después, la Priora se acercó para decirle que tome un descanso. Ella no contestó.

Al moverla, las monjas notaron que su cuerpo estaba frío y su boca llena de sangre. Llamaron de inmediato al doctor, el cual después de un cuidadoso examen dijo, “ella murió de inmediato al arrancársele la arteria principal de su corazón”.

Todas las flores habían sido utilizadas para honrar a la Madre Mariana. Improvisando un ataúd llevaron el cuerpo de la religiosa más joven, sin flores que lo adornen al Coro Bajo en medio de sollozos y de cánticos. Mientras pasaban por el patio, vieron como éste se llenaba de magnificas, hermosas y fragantes rosas blancas cuyo tamaño era el doble de lo normal. El cuerpo de Zoila fue cubierto con esas rosas, cargadas con el perfume y la esencia del milagro y colocado junto al de su santa Madre Protectora.

Una Maternal promesa cumplida

Consideramos que poco después de su muerte, el nombre y el recuerdo de la Madre Mariana durmieron prácticamente en medio de un silencio abrumador.

Ella misma suplicó a Nuestra Señora en cierta ocasión que su nombre no sea conocido, de manera tal que solo María Santísima sea glorificada.

Nuestra Señora la complació satisfaciendo su humildad, asegurándole que su vida así como los hechos referentes a la fabricación de la Imagen, irían solamente a ser conocidos a partir del siglo XX.

Y la Reina de los Cielos cumplió...




El día 8 de Febrero de 1906, año del Milagro de la Dolorosa del Colegio, cuyos ojos lloraban ante la descristianización del Ecuador y del mundo, la Providencia mostraba a los incrédulos el cuerpo incorrupto de aquella que había sido precisa y marcadamente, la antítesis de ese espíritu laico y revolucionario esparcido por todo el mundo.



Cuerpos incorruptos de la Madre Mariana de Jesús Torres  y otras fundadoras del Convento de la Inmaculada Concepción

El cuerpo íntegro, su rostro de color natural, la boca entreabierta permitiendo admirar la frescura de la lengua, los ojos cerrados y adornados de pestañas, las orejas flexibles, y ondulado su rubio cabello. En los bolsillos de su hábito fueron encontrados envueltos en un pañuelo, un pequeño Cristo de metal y algunos cilicios y disciplinas empleados por la Madre Fundadora hasta el día que cayó enferma para ya no levantarse.

La Profecía de Nuestra Señora se había cumplido. A partir de entonces la extraordinaria vida de la Madre Mariana, empezaría a darse a conocer. 271 años después de su muerte, su cuerpo era encontrado intacto a la espera del día de la Resurrección final, no sin antes cumplirse las sublimes promesas que en 1588 le fueron hechas por la Excelsa Madre de Dios, cuando la Sierva de Dios contaba con apenas veinticinco años:




“Hija Predilecta de mi corazón, mi Mariana de Jesús, vengo desde el Cielo atraída por tu candor angelical y por tus virtudes sin parecido en el mundo actual, Estás predestinada a ser mi Representante en mi Monasterio y fuera de él. Tienes que ser la sembradora de Santidad en estos volcánicos suelos de la Colonia y de la Real Audiencia de Quito".

“La fama de tus virtudes, traspasando éste y posteriores siglos, cubrirá de gloria a Quito y tu nombre será conocido en todos los continentes. Y llegarás al honor de los Altares, para ser, desde ellos, el modelo acabado para almas religiosas y seglares, y serás la Protectora más excelsa para esta Patria consagrada al Corazón Sacratísimo de mi Divino Hijo. Mírame y recibe el influjo de mis ojos maternales".


Sierva de Dios Madre Mariana de Jesús Torres

Luego, los ojos estáticos de la religiosa, se colmaron de felicidad al contemplar la belleza -casi divina - de María Santísima, la Reina de los Cielos y de la Tierra.


ORACION A LA SIERVA DE DIOS MADRE MARIANA DE JESUS TORRES


¡Oh Venerable Sierva de Dios, Madre Mariana de Jesús Torres, gloria de la Orden de las Concepcionistas en Ecuador, modelo eximio de obediencia, pobreza y castidad, a quien se dignó aparecer la Santísima Virgen, particularmente bajo la advocación de Nuestra Señora de El Buen Suceso, en más de un coloquio místico de gran contenido e inefable dulzura, y a quien Ella dotó de luces proféticas extraordinarias sobre lo que sucedería en nuestras días a las poblaciones sudamericanas, entonces gobernadas por la corona española! Mirad con benignidad, os lo pedimos, a vuestros devotos que os imploran una eficaz intercesión.

Contemplad a estos países, y muy especialmente a nuestro querido Ecuador, expuestos hoy a la saña agresiva del comunismo, el cual va penetrando en todos ellos, ora por la fuerza, ora por la astucia. ¡Ved cuán pocos son los ecuatorianos, y de modo general los sudamericanos, compenetrados de la gravedad de ese peligro y de la urgencia de hacerle frente mediante la oración, los sacrificios, y una acción intrépida y eficaz! Y obtened del Divino Espíritu Santo, por los ruegos de María, que difunda por estos pueblos la abnegación y la valentía con que otrora se inmortalizaron los Macabeos, los Cruzados, y los héroes de la resistencia ibérica contra los moros.

Considerad, oh Venerable Madre Mariana, la inmoralidad de las costumbres que asola toda la tierra y ved que esos pecados llevaron a Nuestra Señora a pronosticar en Fátima que terribles castigos caerían sobre la humanidad infiel.

Atended a la sangre de García Moreno, derramada en nuestra tierra para que ésta se convierta en un verdadero Reino de los Corazones de Jesús y de María.

Escuchad, oh benignísima Abadesa del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito, las oraciones que os hacen tantas almas angustiadas por sus necesidades de alma y de cuerpo, y a todas dad una acogida generosa y alentadora, continuando así, en lo alto del Cielo, en favor de nuestro país, la misión tan bienhechora que en él ejercisteis en vuestra vida terrena.

Así Sea.



Mencionamos ya anteriormente la fuente principal en la cual hemos basado el presente y otros artículos relacionados con la vida de la Madre Mariana: los escritos de Fray Manoel de Souza Pereira, O.F.M.


Rvdmo. Padre Manoel de Souza Pereira, O.F.M.
El Padre Souza Pereira, de ilustre linaje portugués, ingresó muy joven a la milicia. Una serie de acontecimientos providenciales y varias apariciones de la Madre Mariana de Jesús lo convencieron de que su verdadero llamado estaba en la Orden Franciscana.

Más adelante, siendo enviado a Quito, tuvo la convicción de que tenía que llevar una vida austera y de sólida virtud. Factor decisivo para esto sería una invitación hecha por el Obispo para acompañarlo al claustro papal en donde había vivido su Santa Protectora. Allí, remontó sus pasos y veneró su cuerpo incorrupto. Con su corazón en llamas, hizo el voto de no descansar hasta haber escrito una relación completa a la cual tituló “Vida admirable de la Madre Mariana de Jesús”.









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Nota: Fueron consultados también varios escritos de Monseñor Dr. Luis E. Cadena  y Almeida.
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